jueves, 15 de octubre de 2015

ADIÓS QUERIDO MAESTRO

                             
        Dentro de la exquisita y enriquecedora diversidad humana, algunos escogen el mesiánico derrotero de enseñar, de transmitir en una sala de clases, la gratitud de una sociedad que afuera se derrumba en la mentira del libre mercado, en la falacia instalada de comprar y vender.

        Algunos eligen coludirse en tardes de invierno, con la tiza que busca enfrentar la ecuación compleja de la vida; con el libro donde deambula el sonido y la fragancia de una palabra, que sueña establecer romance con el pensamiento y la idea; algunos escogen el universo expansivo de la enseñanza, para huir de la costumbre peligrosa de ser individuos y así, convertirse en personajes dispuestos a saborear la exquisita y más alta fraternidad, que significa salir de nosotros mismos, para regalarnos a los demás.

        Luchito Arellano eligió enseñar, como un estandarte colgado a su razón y a su alma; eligió enseñar como un baluarte de vida, como lo hacen los profesores que alcanzan la estatura ejemplar de ser Maestros.

        Tuve la suerte y el privilegio de escucharlo cuando niño, cuando la infancia nos obsequia la maravillosa esquina de la sorpresa, de la incertidumbre y del asombro, mágicamente me encontré con él en este tiempo. Ahora que soy adulto e insisto con delirio porque no se vaya de mí, la misma sorpresa, la misma incertidumbre y el mismo asombro, que ocurre allá lejos cuando niño; lo encontré sentado en la plaza, en la misma plaza que también ha cobijado mi modesto raciocinio y principalmente mi nostalgia; allí nos quedábamos a veces largo rato, conversando de poesía y de las innumerables cuitas     del hombre y su existencia; allí nos quedábamos los dos arrimados al paisaje melancólico de un otoño convertido en tarde; allí nos quedábamos los dos, en silencio, quizás entendiendo que la vida no es más que la tragedia usual de lo que huye y que ninguno era capaz de atrapar para siempre los infinitos misterios de un momento feliz.
       Luchito, querido Profesor, descanse en paz.


                          CARLOS  ASQUET   JAQUE-         PRIMAVERA 2015

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